NO TENGO OBRA

UN MINUTO DE CINE

El objetivo de este laboratorio es aproximarse al soporte 16mm. y expandir el espacio de investigación de la imagen analógica. Está orientado a artistas, estudiantes, colectivos artísticos, etc... Los participantes realizarán un corto de 1 min. en 16mm, rodado con luz día y editado en cámara. Se darán nociones básicas de fotómetro, cámara y revelado en laboratorio artesanal con líquidos creados en el mismo. Se positivará en copiadora de contacto, para luego ser proyectado en multipantalla el 8 de mayo en la Colección Engelman Ost.

Coordina: Guillermo Zabaleta.

Mateo Etchegoyhen Barreiro

La poesia

Pier Paolo Pasolini

La Tierra de Trabajo*
(de Las cenizas de Gramsci)

Ya está cerca la Tierra de Trabajo,
algunos rebaños de vacas, algún

montón de casas entre plantas de tomates,

hiedra y unos pobres tablones.
Cada tanto un arroyito, a ras
del terreno, asoma entre las ramas

de los olmos cargadas de vides, negro
como una alcantarilla. Adentro, en el tren
que corre medio vacío, la helada

otoñal vela la triste madera,
los trapos mojados: si afuera
es el paraíso, aquí adentro es el reino

de los muertos, pasados de dolor
en dolor — sin haberlo sospechado.
En las bancas, en los pasillos,

ahí están con el mentón en el pecho,
con los hombros contra el respaldo,

con la boca sobre un trocito

de pan pegajoso, mastican mal,
miserables y oscuros como perros
sobre un bocado robado: y si les miras

los ojos, las manos, se les sube
a los pómulos un enrojecimiento piadoso,
donde su propia alma se descubre enemiga.

Pero hasta aquel que no come o sus historias
no cuenta al vecino atento,

si lo miras, te mira con el corazón

a los ojos, casi con miedo,
diciéndote que no hizo nada
malo, que es un inocente.

Una mujerzuela, de Fondi o Aversa, mece
una criatura que duerme en el fondo
de una vida de corderito, y la entretiene

si se despierta de su sueño
diciendo palabras, como el mundo, nuevas —
con palabras cansadas como el mundo.

Ésta, si la observas, no se mueve
como una bestia que finge estar muerta;
se acurruca adentro de su pobre

ropa y, con los ojos en el vacío, escucha
la voz que le recuerda a cada momento
su pobreza como una culpa.

Luego, volviendo a acunar, ciega, sorda,
sin siquiera darse cuenta, suspira.
Con la carita tan oscura como la turba,

en un mudo olor de redil,
un hombre joven junto a la ventanilla,
enemigo, sin atreverse a abrir

la puerta, a molestar al vecino.
Mira fijo la montaña, el cielo,
las manos en los bolsillos, su boina de pillo

sobre el ojo: no ve al forastero,
no ve nada, el cuello levantado,
por el frío o el sospechoso misterio

de delincuente, de perro abandonado.
La humedad sacude los viejos
olores de la madera, pegajosa y ahumada,

mezclados a los nuevos, de algazaras
frescas de forraje humano.
Y de los campos, ya violetas,

viene una luz que descubre almas
no cuerpos, al ojo que más crudo

que la luz, descubre su hambre,

la servidumbre, la soledad.
Almas que llenan el mundo,
como imágenes fieles y desnudas

de su historia, aunque se remonten
a una historia que ya no es nuestra.
Con una vida de otros siglos, están

vivas en éste: y en el mundo se muestran
a quien este mundo conoce, rebaño
de quien nada más que la miseria conozca.

Siempre ha sido para ellos la única ley
odio servil y servil alegría: y, sin embargo,
en sus ojos se podía leer

ya un signo de otra hambre — oscura
como la de pan, y, como

aquella, necesaria. Una pura

sombra que ya tomaba nombre
de esperanza, y casi recobrado
para el hombre, veía al sur,

tímida, sobre sus rebaños resignados
de los vivos, la luz de la redención.
Pero ahora, por estas almas marcadas

por el crepúsculo, por este campamento
de pasajeros intimidados,
de repente cada luz interior, cada acto

de la consciencia, parece algo del ayer.
Enemigo le es hoy a esta mujer que acuna
a su criatura, a estos negros

campesinos que no saben nada,
quien muere para salvar

en otras madres, en otras criaturas,

su libertad. Quien muere para que arda
en otros siervos, en otros campesinos,
su sed aunque bastarda

de justicia, le es enemigo.
Le es enemigo quien hace trizas la bandera
ya roja por los asesinatos,

y le es enemigo quien, fiel,
la defiende de los blancos asesinos.
Le es enemigo el patrón que espera

su rendición, y el compañero que pretende
que luchen en una fe que ya es negación
de la fe. Le es enemigo quien da

gracias a Dios por la reacción
del viejo pueblo, y le es enemigo

quien perdona la sangre en nombre

de la gente nueva. Así queda

restituido, en un día de sangre,
el mundo a un tiempo que parecía finito;

la luz que llueve sobre estas almas
es aquella, otra vez, del viejo sur,
el alma de esta tierra es viejo lodo.

Si mides en el mundo, en el corazón, la decepción
sientes que ya no conduce
a nueva aridez sino a nueva pasión.

Y entonces te pierdes en esta luz
que roza de repente, con la lluvia,
terrones de salvia roja, casas sucias.

Te pierdes en el viejo paraíso

que aquí afuera, sobre las crestas de lava,
da un celeste aunque humano rostro

al horizonte, donde en la baba
gris se pierde Nápoles, a los meridianos
temporales que invaden el sereno,

uno sobre los montes del Lazio, ya lejanos,
el otro sobre esta tierra abandonada
a los huertos sucios, a los pantanos,

a las aldeas grandes como ciudades.
Se confunden la lluvia y el sol
en una alegría que acaso se conserva

— como una esquirla de la otra historia,
ya no nuestra — en el fondo del corazón
de estos pobres viajeros:

vivos, sólo vivos, en el calor
que hace la vida más grande que la historia.
Tú te pierdes en el paraíso interior,

y hasta tu piedad le es enemiga.

1956

NO TENGO OBRA

UN MINUTO DE CINE

jueves, 25 de febrero de 2010

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